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Comentarios de contratapa de la novela "Aurificios"

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Llevando a su límite la idea de una novela que sólo se concreta en la relación (y no en el relato) de sus condiciones de posibilidad, Aurificios construye un mundo conformado por una infinidad de perspectivas que apuntan hacia un solo misterio. Un investigador se lanza a la búsqueda del oro (así, en términos genéricos) y se encuentra con el hecho de que su investigación ya está inmersa en un proceso que lo rebasa. Empecinado en resolver el enigma, el investigador no percibe con claridad las pistas que recibe de sus interlocutores: el oro es una excusa, la excusa de un nacimiento: el nacimiento de la obra misma. (Fernando Iturralde) Aurificios se expande concéntricamente. Un árbol cortado horizontalmente da cuenta de esta estructura; los años del tronco se suman hacia lo ancho, los personajes aparecen como los años, indomables y eternos. La pesquisa del oro, además de ser el sol alrededor del cual orbitan los sentidos, es el pretexto que la escritura trama para justificar una búsqueda i

Pensamientos

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Lo inevitable ¿la locura? ... Debo dejar de pensar.

EL REY (capítulo 16 de la novela "Aurificios")

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¿Recuerdas la primera vez que fui a visitarte? Eras un niño. Te llevé una bolsa. Ahí estaba el oro. Dije que iba a ser tuyo. Te lo entregaría si pasabas una noche en el living de tu mamá, en permanente oscuridad junto a los muertos que habitaron esa casa. Tuviste entonces el coraje para entrar, pero al final saliste corriendo. Atravesaste el patio para regresar a la casa de tus abuelos. Dejaste la puerta abierta y subiste las gradas sin respirar. Yo te seguía, con la bolsa en la mano. Llegué hasta la puerta. Me recuerdas vestido con la ropa de los naipes, la K de rey inglés: manto rojo, barba castaña, chaleco azul y una corona. Grité desde el umbral del portón de madera, aquél donde esperabas a tu madre, algunas noches, para espantarla. El chiste de asustarla nunca salió bien –sólo creó un juego en el que resbalabas por las escaleras para sentirte un monstruo. Grité. Volteaste, esperando un reproche. En cambio, saqué una pelota de la bolsa y la lancé. La agarraste y continuaste el asce

Focos rojos

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Los vi, después de haber perdido la conciencia, metido en un antro lleno de sombras revoltosas. Fue el origen de la vigilancia nocturna. Todo lo que pensaba de ellos era obra de los rayos en sus espaldas, a un lado o al otro. Los transmitían con sus pasos y bailes. No se me ocurrió pensar en las columnas negras, en el vacío detrás del cuerpo, en cómo la ciudad hecha sombra asoma por mis ojos cada vez que estoy en mi sitio. Era otra cosa: antiguos rayos infrarrojos, el lenguaje silencioso del cuerpo ajeno abriéndose.

Acortar el tiempo

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Ajustar el tiempo al máximo, recortar el espacio. En las inmensidades sin cercar lo olvidas todo. El tiempo hace que olvides: Hay mucho que ver. Pero esos lugares también se pueden reducir, con referencias vanas que de pronto deslumbran, estallan hasta ser el matiz que aclara una enmarañada historia de reconocimientos. Hablé sobre un color inventado por un pintor del siglo XVIII, un color que lleva su nombre; también sobre la invención de la perspectiva en una época pasada. Ambas referencias cuentan una historia sin palabras, un espacio reflejado en todas las estaciones. Me despido para conocer el mundo cada vez más corto que me lleva hasta la piedra oscura donde descansaré cuando el silencio haya triunfado. Acortar el espacio al máximo… Estas palabras sobran.

EL LADRÓN DE ANTIGÜEDADES (Capítulo primero de la novela "Aurificios")

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Si dejo que la oscuridad permanezca abierta, robar será recuperar lo que me pertenece. La otra opción sería morir ahogado. Sólo la antigüedad debe ser mía; sólo a ella la comprendo, y sonrío sorprendido cuando se renueva, porque ha retornado con mi mirada. No tengo por qué llevarla conmigo, pues está aquí. El recuerdo que acarrea es el mismo que traería cualquier otra cosa mía. Por eso es vano embolsillarla. Las estelas se difunden y seguirán marcando el paso. Me adueño de todo sin que muchos lo noten. Aquello dejado por ahí, que tengo la suerte de bautizar, se hace mío. Cuando alguien olvida, desprecia o desentiende algo, lo hace relucir para mí y eso basta. Continúo la marcha. Sin acumular riquezas me apodero del olvido para recobrar mi habitación. Pienso en las minas, en el oro que se extrae de ellas. Veo el socavón y esa visión me persigue –está detrás de todo–, concediéndome un cuchillo para sacar oro de rincones inverosímiles. A ratos rasco desesperadamente el resplandor que quie