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El siguiente

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(Este texto es la primera parte de una seguidilla de relatos en torno a la búsqueda de Susana Camacopa. Fue publicado por primera vez en el número 13 de la revista literaria Otro cielo: http://www.otrocielo.com ) Apenas atravesé el río me topé con un personaje que parecía aburrido. Yo le dije que uno de mis mayores temores era que la tranquilidad me mate. Se lo dije para ahuyentarlo, pero no funcionó. Me dijo que se quedaría conmigo, pues él sabía dónde encontrar a Susana Camacopa. “Pero ella está muerta”, lo examiné. “Sabes a qué me refiero”, respondió. Hacía frío, y a ello le atribuía el leve crujido de mis articulaciones. “Ellas crujen porque yo estoy ahora a tu lado”, dijo el hombre. Aún no me atrevía a preguntarle su nombre, creyendo que pronunciaría uno falso. Noté que él palpaba algo en su bolsillo. Pensé en un llavero de goma. “Es el frío”, dijo él, advirtiendo que lo miraba con cierta perplejidad. “Es por allá”, señaló unas gradas de cemento. Detrás, el cerro parecía infinito

Un remolino en el río

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Veo por primera vez el remolino, a punto de cruzar el Orcojahuira, y tengo conciencia de que voy a traspasarlo. No sé si Susana Camacopa pasó por el mismo remolino la primera vez que cruzó del centro de Miraflores a villa Copacabana, pero ella atravesaba el río con su propia frecuencia. Mi caso es diferente, porque el cruce del río es impensable sin el remolino. ¿Por qué pienso que el remolino es una parte del río? Hay un instante donde se reconoce la primera vez. Ese momento es el remolino en el río. Todas las cosas que el río atravesó, todas esas fisuras, no puede recorrerlas como antes, porque quedaron como imágenes. Ahora que me dispongo a cruzar el remolino del río sé que lo hago para librarme de piedras antiguas que ya no funcionan en este espacio, que pertenecen a un mundo que he decidido abandonar enteramente. Los lugares que olvidamos son cada uno de los trescientos sesenta grados de un círculo, y es por darles vueltas que vemos el remolino. El abandono es en realidad un

Contratapa de "Un verano con Marina Sangabriel" de Jesús Urzagasti

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El aliento narrativo de Jesús Urzagasti impregna todos los recovecos que se le presentan en la memoria y en la imaginación, haciendo de sus meandros fulgores de un impulso que todo lo preña. Un verano con Marina Sangabriel crece en un tiempo que despliega puentes, descubre túneles y salta elegantemente entre abismos que solían separar ciudades, voces, perfiles y aromas. Su ágil marcha palpa una distancia que no deja de parir seres entrañables que, de otra manera, se hubieran perdido en un paisaje ajeno y sombrío. Enflorados y luciendo su gesto más luminoso los personajes de esta novela están a sus anchas en el lugar preciso, ya sea teniendo como interlocutor a un Soleto Ramos que se hace presente por obra del pasado, o presintiendo el fantástico y sensual semblante de Marina Sangabriel. Alan Castro Riveros

El sentido

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–¿Cómo se siente? –Qué. –¿Cómo se siente usted? –No me siento. –¿Si…? –Sí. No me siento. –¿No se siente qué? –No se siente nada. –¿Cómo está usted? –Buena pregunta. –¿Por qué le parece buena? –Porque es difícil. –¿Cómo? –No sé cómo estoy. La cosa es que estoy, a pesar de que no me sienta. –Lo siento. –Gracias. Yo no lo siento. Pero no estoy muerto. –¿Qué no siente? –No siento nada. Sólo siento eso. –¿Cuál? –No sentir nada. –¿A usted no le importa nada? –Exacto. –¿Para qué vino aquí? –Pensé que usted podría ayudarme. –¿En qué? –En sentirme. –¿Sentirse qué? –Vivo. –¿Usted piensa que está muerto? –En realidad pienso que estoy vivo. –Pero se siente muerto… –Algo así. –¿Usted quiere que lo resucite? –Usted no puede hacer eso. Sólo quiero que me arregle un poco para que yo pueda resucitar por mi cuenta. –¿Cómo? –Con algún medicamento, receta, algo. –Ya lo revisé. Usted está sano. –No, no lo estoy. –Entonces tiene una enfermedad que yo no conozco. –Yo la conozco. Pero no sé si es enfermedad.

EL MONSTRUO (capítulo 9 de la novela "Aurificios")

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Tiene cara excesiva, una capa de plastilina sobre su rostro original. Se lleva bien con la putrefacción, el musgo y las casas abandonadas. Su ojo está encantado. No sabe que existe. Esta última es su característica principal; si lo supiera dejaría de ser monstruo y pasaría a ser el espectador de su propio cadáver. Se sentiría muerto no sólo porque el monstruo habría fallecido, sino porque desde entonces lo tendría siempre al lado y se acostumbraría a vivir con ese costal a cuestas haciéndole guiños en el espejo. El monstruo ríe, pero no se sabe bien de qué. La risa en él es como la de un loro, pero no por eso deja de ser un chiste. De hecho, los monstruos son lo más chistoso que hay en el mundo. Al no saber que existen se atreven a cualquier cosa. Te pueden saltar con algo brillante que —si bien ellos ni entienden— es obra del encanto llegado desde una hondura que sólo reconocerán el día de su muerte. Cuando un monstruo muere siempre hay alguien para verlo. Lo malo es que quien lo obse

El titiritero Marvin

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El titiritero Marvin, según la mayoría de sus asombrados seguidores, había llegado al tope de su habilidad, y le sería extremadamente difícil sobrepasar su último acto, donde farrea con un títere de escala humana. Marvin ni sospechaba esas opiniones y un fantástico desafío se le había plantado en la cabeza: montar un obra donde pareciese que el muñeco lo manejaba a él.

Recuerdos extranjeros

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Listen... Life and Death that is what I brought to her man.

EL EMBRIÓN EMBRUJADO

Juan Pablo Piñeiro (Texto publicado en el suplemento “Ideas” del periódico Página Siete, La Paz, 19 de diciembre de 2010) La primera vez que supe de Aurificios , la ópera prima de Alan Castro, todavía era un embrión y se llamaba Miraflores . Por lo tanto, tengo el derecho de actuar como esas señoras que huelen a saliva y naftalina, y atormentan a los niños diciéndoles que los conocen desde que estaban en la panza de su madre. Bueno pues, yo conozco a este libro desde que estaba en la panza de su padre. En ese entonces radicábamos, junto a otros compañeros, en una casa embrujada en la ciudad de Cochabamba. El motivo oficial para visitar en “gran comisión” la ciudad de las flores fue asistir a un curso de verano dictado por nuestra querida amiga Blanca Wiethüchter. Sin embargo, una vez allá, descubrimos que la verdadera razón de nuestro viaje era otra: debíamos aprender a convivir con fantasmas y otras criaturas afines. Con tal motivo alquilamos entre todos una casa embrujada ubicada a u