ESCRITURA Y RELIGIÓN. En torno a las "Memorias de un enfermo de nervios". Parte II


            A pesar de haber sido escrito en el umbral del siglo pasado (1900), la lectura de Memorias de un enfermo de nervios, de Daniel Paul Schreber, es una clave para comprender la escritura (y la lectura) actual como creación. Este libro pone en juego las intricadas relaciones entre la escritura, el lenguaje privado, la visión personal del mundo y la cercanía de todo esto con la locura y la religión.

La tradición lectora de las Memorias
            En 1928 Walter Benjamin publica un breve artículo titulado “Libros de enfermos mentales. De mi colección” en la Literarische Welt, donde menciona dos de sus más preciadas joyas: Memorias de un enfermo de nervios, de Schreber, y Vida y ciencia en relación a los elementos de la ley, del médico C. F. Schmidt. Ambos libros explican las “enfermedades” mentales a través de complejas simbologías de Dios encarnando en el cuerpo humano: los nervios en Schreber, los ojos en Schmidt.
            En 1960 Elias Canetti dedica un fragmento de Masa y poder a las Memorias de Schreber. En él Canetti relaciona el delirio de un paranoico con su posición de poder con respecto a los otros (Schreber se creía el elegido de Dios). Al mismo tiempo muestra cómo la soledad (de pensamiento y creencia) de Schreber lo libra de ser parte de una masa servil hipnotizada por  un terrible “sentido común”, que es la mera prestación masiva a las locuras de un poderoso.
            Sin embargo, la lectura que más influencia ha tenido es la del psicoanálisis. El papel que juegan las Memorias en la relación de amor/odio entre Carl Jung y Sigmund Freud es un hito en la historia del pensamiento del siglo XX. Cabe recordar la pasión con la que ambos comentaban las Memorias, desarrollando, acotando, descubriendo y cuestionando sus conceptos sobre la libido, la dementia paranoides, la esquizofrenia y la desaparecida dementia praecox.
            Sin embargo, fue la misma pasión por tal lectura la que reflejó el desacuerdo insuperable entre ambos, quienes, desde entonces, se distanciaron con resentimiento. En una carta del 11 de diciembre de 1911, Carl Jung comenta el ensayo de Freud sobre Schreber con belicosidad: “En lo que se refiere al problema de la libido, debo confesar que su observación en el análisis de Schreber en la página 65, párrafo 3, ha provocado en mí ecos clamorosos (…) La pérdida de la función de la realidad en la dementia praecox no puede quedar reducida a la represión de la libido (como apetito sexual). No seré yo quien lo haga, en todo caso.” La interpretación freudiana, que entendía el delirio de Schreber como homosexualidad reprimida, era para Jung un reduccionismo imperdonable.

Escritura, delirio y creación
            Uno de los aspectos más sugerentes de las Memorias es la importancia que Schreber le da a la escritura. Si bien las Memorias fueron escritas en 1900, Paul escribía con frecuencia mucho antes de ingresar al hospital o de ser presidente de la Corte de Dresde. En 1897 él tiene una revelación crucial sobre la escritura. En un cuaderno que él llama “Extractos de mi vida”, comenzado ese año, Paul escribe: “Por fin entendí estos espíritus conectores mecánicos de Dios hacia mi propio cuerpo: el Santo Mecanismo de la Máquina de Escribir.”
            Esta cita me trae a la memoria una escena que alguna vez comentamos con Jesús Urzagasti. Se trataba de una operación cerebral en la que el médico presionaba ciertos lugares del cerebro y el paciente pronunciaba algo incomprensible. Recuerdo que Jesús dijo: “Y cuando no tenemos la cabeza destapada, ¿quién estará tocando ahí?” Tal es la figuración que Schreber nos da de la escritura. Los Rayos de Dios tocan su cerebro para poner en movimiento el sistema nervioso que, a su vez, hace que el cuerpo presione mecánicamente ciertos signos cabales dictados por la divinidad. Tal el “Santo Mecanismo de la Máquina de Escribir”.
            Si bien la escritura de Schreber busca construir un sentido que explique la posesión de su cuerpo por Dios –que, de otra manera, sería la violación sexual que tanto lo atormenta–, es importante recordar que, en sus Memorias, él sostiene que su escritura es, sobre todo, una defensa contra su encierro. El 23 de julio de 1901, en la misma Corte que alguna vez presidió, Schreber pide que lo liberen de su confinamiento.
            Su petición dice así: “Quiero publicar mis Memorias para dar a otros la oportunidad de juzgar si mis llamados “delirios” son acaso revelaciones de la obra de Dios y la relación de Dios con el género humano. Yo creo que sí lo son. Y creo que la Historia estará de acuerdo conmigo. Pero, en segundo lugar, y de mayor importancia, afirmo que mis ideas sobre este asunto son mías y deben tomarse como mis creencias religiosas privadas, sin que yo deba sufrir consecuencias legales o confinamiento. Se trata de una libertad religiosa básica.”
            En esta petición hay una defensa del mundo que él había descubierto y desarrollado y que, por más terrible que fuese, era un mundo irrenunciable, la creación solitaria e intensa de su incanjeable experiencia vital. Tal la trascendencia de su escritura. La inscripción de un lenguaje privado, desde entonces, es la obediencia inexcusable a la exploración de un íntimo microcosmos. Esta exploración liberadora es religiosa (re-ligare: volver a unir) y, por tanto, la única manera de retomar lazos con el mundo y los seres que alguna vez perdieron el nombre común.

Nuevas lecturas
            El año 2011 se estrenó la película Shock Head Soul del director inglés Simon Pummel (1959), donde, mezclando recreación ficcional, entrevistas documentales y animación se construye las Memorias de un enfermo de nervios desde un punto de vista jurídico social. Los entrevistados son médicos, psicoanalistas y especialistas que toman el lugar de testigos en un juicio histórico a Schreber. El filme de Pummel, al jugar con el “juicio” como sensatez individual, como cordura y como legitimación pública, alumbra importantes transformaciones éticas históricas que están en juego en la obra de Schreber.
            Por otra parte, los abundantes textos que se hacen actualmente sobre las Memorias nos dan visiones divergentes, simultáneas y concurrentes desde las más insospechadas ramas del conocimiento. Su vitalidad, en este momento, es de un orden más amplio, pues su sentido histórico opera como una quebrada que ilumina el pensamiento, la creación, la ciencia y la escritura a partir del siglo pasado.

            Por ejemplo, pensando en el inicio del siglo XX en Bolivia, no es casualidad que la obra que rompe nuestra historia literaria se llame El loco, que Arturo Borda comenzó a escribir alrededor de 1902, un año tan cercano al inicio de la escritura de Memorias de un enfermo de nervios.



Trailer de Shock Head Soul:



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