David Markson, la novela y la escritura fragmentaria

David Markson (1927-2010) es uno de los escritores estadounidenses que más tela da para cortar en torno a aquello que podríamos llamar “el fin de la novela” o, mejor todavía, “el sueño órfico de un escritor sin literatura”. Parte de la generación de Don DeLillo y Philip Roth (aunque mayor que ellos), compañero de borracheras de Jack Kerouac y Dylan Thomas, Markson ha construido una obra hipnótica en un moderado silencio.

Primeras invenciones
Los dos primeros libros de Markson juegan a ser novela negra, relatando las aventuras de un detective que resuelve los vergonzosos casos de literatos locales. Después de tan divertida incursión en la intriga Markson escribe La balada de Dingus Magee, un anti-western que desconcertó al autor por su gran éxito, incluyendo una adaptación al cine en 1970: Dirty Dingus Magee, traducida al castellano como Duelo de pillos, y protagonizada por Frank Sinatra. De la película Markson dijo que era “horrible, quizás la peor que se haya hecho nunca”. Después de aquello y de un par de viajes, el autor se dedicó a perfilar una escritura en la que se reconoció hasta el final de su vida.

La escritura de Markson
El segundo tiempo en la escritura de David Markson comienza en 1988 con la publicación de La amante de Wittgenstein, a la cual le seguirían La soledad del lector (1996), Esta no es una novela (2001), Punto de fuga (2004) y La última novela (2007). La forma que toma esta escritura es muy diferente a la de una novela típica, a pesar de que todos estos libros fueron presentados como si pertenecieran al género. Cada página de estas “novelas” está compuesta por una serie de oraciones sueltas, y cada oración no está visiblemente conectada con la siguiente. Se trata de citas, apuntes, planes estéticos, anécdotas curiosas de la historia del arte, etcétera. Como ejemplo veamos un fragmento de Esto no es una novela:

            Una novela sin ninguna intimación con la narración, el Escritor quiere ingeniar.
            Y sin personajes. Ninguno.
           El Globe Theatre se quemó totalmente el 29 de junio de 1963. ¿Tal vez alguna nueva obra de Shakespeare, no lista todavía para la publicación, se quemó con él?
            Albert Camus, en la única ocasión que fue presentado a William Faulkner:
            El hombre no me dijo tres palabras.

Las “novelas” de Markson no consiguen su unidad mediante una sucesión de reacciones de personajes, ni por las reflexiones de algún narrador. La construcción de sentido en los últimos libros de Markson está definida por las resonancias de ciertas frases e imágenes que llaman a otras y producen un eco que se escucha más allá del texto, en una suerte de alargado silencio que separa los fragmentos.
Tal unidad es obrada por sentencias que activan innumerables ejes de sentido, que luego se tocan y confunden para producir una sensación estética cuyo origen parece el limbo. Como no hay correlación directa entre una frase y la siguiente (y si la hay es mera repetición), el hilo que recorre el texto no es cómodamente visible; aparece y desaparece según la posición de quien lo mira, la luz, las referencias, los alrededores. Es un tejido que apenas se insinúa en el espacio más o menos insondable que separa y une sus innumerables fragmentos.
Si bien muchos críticos comparten la idea de que la novela es un género todavía en formación, que “cada novela es una nueva definición del género”, cabe preguntarse en qué sentido la escritura de Markson responde a una tradición novelesca, qué abertura hay en este género para que el autor haya decidido incluir su escritura en él.

La obsesión
En una entrevista David Markson se refirió a dos cajas de zapatos llenas de anotaciones como su “próximo libro”. Por otro lado, el periodista Miguel Calzada hace notar el carácter obsesivo del autor al contar que “llamaba por teléfono a las bibliotecas para que le proporcionasen datos irrelevantes; recorría las librerías de Manhattan hojeando las últimas páginas de las biografías para averiguar cómo moría el protagonista.”
En esta obsesión es donde se revela el carácter novelesco de su obra, en esa necesidad de guardar cierta información –despojos que para otros son insignificantes– y otorgarle insospechada vitalidad. Tal indicio nos permite acercarnos a la novela desde una perspectiva acorde con su calidad prometeica y regenerativa. El espíritu del género parece estar en su capacidad de dar forma y mundo a una obsesión que –de otra manera– resultaría demasiado particular e incomunicable.
Si nos detenemos en la obsesión de cierto lector por anotar, apilar y ordenar meticulosamente las formas en que murieron o se suicidaron artistas y pensadores, sus petulancias, sus más pueriles costumbres, además de recuerdos personales y preguntas sobre un proyecto imposible, nos topamos con el empuje estético de la escritura de Markson. El momento en que esta misteriosa y apasionada dedicación a las anotaciones se filtra en la lectura distinguimos aquello que une al autor con la tradición de la novela, con la anacronía de Laurence Sterne, las excursiones enciclopédicas de Bouvard y Pécuchet, los infinitos laberintos de Kafka y la monstruosa amalgama idiomática de Joyce.
Sin embargo, la brevedad de los fragmentos de Markson nos lleva también a la escritura de Twitter –esos pequeños textiles que fluctúan también en un espacio límbico–, a pesar de que Markson jamás tuvo una computadora. Por otro lado, en Esto no es una novela Markson se refiere a su libro como: una novela, un poema épico, una secuencia de cantos esperando ser numerados, un mural, una autobiografía, una pila de acertijos, una ópera polifónica, un estudio sobre los males de la vida del arte, un tratado sobre la naturaleza humana, una variante del libro egipcio de los muertos. Una terca búsqueda de referentes escurridizos.

Fragmentos de La soledad del lector:

 Zenón se ahorcó tras haberse quebrado un dedo del pie. A los noventa.
La lámpara de Flaubert ardía con tanta regularidad en su estudio de Croisset durante la noche que los pilotos en el Sena podían usarla como orientación.
Heráclito no dijo que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río. Lo dijo uno de sus seguidores.
A Coleridge solían patotearlo en la escuela. Igual que a Shelley.
Carl Orff era antisemita.
Isaac Newton murió virgen.
Rilke vivía siempre como invitado de alguien. Una vez tuvo cincuenta direcciones diferentes en un año.
2 de agosto de 1492. La fecha límite establecida por Fernando e Isabel para la expulsión de todos los judíos que no se hubieran convertido al catolicismo. 3 de agosto de 1492. Zarpó Colón.


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