Palabras de EL LOCO



            En general antes de emprender algo que implique esfuerzo, aunque sólo sea en la atención de mero espectador, retracta y fatiga al individuo no más que el simple considerar las infinitudes a que habrá de atreverse, con mayor razón en las reconcentraciones del pensamiento para comprender el sentido oculto de la escritura.
(Arturo Borda)

            El pulso de la sangre es un cántico sin voz ni léxico, un ritmo que, a pesar de ser lo que queda de un canto, es también su preludio, su antecedente, su música. Por tal motivo, cada vez que aparecen esas musicales y misteriosas palabras en las páginas de El Loco de Arturo Borda, suelen hacerlo al final de una “parte”, agarrándose de un canto que se va escapando.
            El Loco, por su parte, menciona que le gusta beber el vino no por el vino, sino por la reminiscencia de la uva. La voz sería tal reminiscencia y su preludio el último sorbo en memoria del vino. La uva, por supuesto, es el canto triunfal. Esta diferencia de volúmenes auditivos (origen del canto triunfal, voz de la onda delirante, susurro musical de la evocación) nos acerca a las palabras del Loco.
            La primera palabra inventada que leí en El Loco fue obrada por una necesidad conceptual del narrador. Se trata del vocablo grafidea (p. 144, t. I), creado para corregir la expresión “palabra escrita”.
Según el autor la “palabra escrita” es una idea más que un pensamiento, una revelación más que una pantalla. Para el autor la palabra es obra de la boca y de los pulmones: de adentro hacia el exterior. En cambio, los signos que conjugamos por escrito son obras mentales: comunicación interior. Es así que El Loco propone la palabra escrita grafidea para aclarar la diferencia entre palabra y grafidea –recordándonos, por otra parte, su pasión por la pintura.
            Sin embargo los inventos más recordados de El Loco son estos dos vocablos encadenados que sí nacieron de la música: oneireodinea de oneireocricia. La cita “Así hasta que el horror de esa obsesión me despertó en oneireodinea de oneireocricia” (p. 217, t. I) resalta esas últimas palabras porque avanza hasta ellas y encarna el progreso de su explosión.
Cuando leí El Loco tal fue la grafidea que más me había afectado: oneireodinea de oneireocricia. Cada vez que quiero recordarla regreso al libro con una música en mi cabeza y la busco en las páginas del primer tomo. Tal música es el rastro de una misteriosa detonante grafídea: la sensación del nacimiento de una voz precisa que emerge con los destellos de un cometa hecho de mil tonos que la han fecundado y ahora la alumbran.
Pero, ¿qué es oneireodinea de oneireocricia?  La pauta del “despertar” en la frase hace pensar primero en oneire, el sueño, lo onírico. El eireo tiene algo de aéreo, nebuloso. Finalmente están las terminaciones que diferencian gráficamente cada grafidea. Ambos sufijos, sin embargo, comparten un eco médico, patológico. Es así que dinea nos trae a la mente el sufijo pnea, referido al pneuma de respiración difícil, y el prefijo di, que nos hace pensar que tal respiración ha llegado a ambos pulmones. Tampoco hay que olvidar la idea de dinámica que nos da el conjunto dinea.
En la otra grafidea está el sufijo cricia, que rápidamente suena a crisis y que en medicina implica un paso o ritmo previo a la muerte. Cabe recordar –antes de pasar a la traducción– que el texto nos da el sentido de un lugar o un estado: El Loco despierta EN oneireodinea de oneireocricia.

Oneireodinea, entonces, es una respiración propia del sueño que impulsa un ritmo corporal. Estar EN oneireodinea es estar en un cuerpo-cápsula conducido por cierta onda onírica.
Oneireocricia es el punto exacto en el que el aire necesitado para el ritmo respiratorio es insuficiente –lo que lleva a una crisis.
Por tanto, despertar en oneireodinea de oneireocricia es despertar en una cápsula desde donde uno es consciente de estar dirigiéndose hacia su propio despertar. Esto hace que no haya derrumbe del sueño sino su continuidad irrumpiendo en la vigilia.
Nos figuramos a alguien volando desde el sueño para saltar desde sus propios ojos y zambullirse como una bala de colores en el infinito. Tal irrupción onírica, en su primera impresión, escribe oneireodinea de oneireocricia. (Quienes quieran ahondar en el asunto pueden revisar El Loco y fijarse en el poema de Jorge Campero, De oneireodinea de oneireocricia, que nos habla desde allí.)


            Son precisamente, estas palabras recónditas, las que escuecen las patitas de aquellos sonidos y sentidos que traen la memoria de nuestro propio misterio. “Acaso no más que por escanciar para los demás el sutilísimo goce que el dolor esconde, dándonos, por tal manera, la pauta del conócete.”

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