No se trata de miedo, se trata de imagen

"No se trata de miedo. Se trata de imagen."
Adi Zulkadry, The Act of Killing

El Acto de Asesinar
            A pesar de su estreno a mediados de 2012, el año 2013 fue el más importante para The Act of Killing, el documental dirigido por Joshua Oppenheimer (Texas, 1974), que tiene entre sus productores ejecutivos al cineasta alemán Werner Herzog. No sólo es uno de los sorpresivos nominados para el Oscar 2014 al Mejor Documental, sino que está en muchas de las listas top 10 de las películas más importantes del año recién terminado.
            Su nominación al Oscar es sorpresiva por el carácter perturbador del documental y la acostumbrada comodidad de la Academia. La buena recepción del público y de la crítica señala la poderosa inquietud que genera la película. En The Act of Killing Anwar Congo y sus amigos recrean los violentos asesinatos que perpetraron en las masacres de 1965-66 en Indonesia, cuando fueron contratados por el régimen militar para eliminar "comunistas".
            La forma de recordar estos asesinatos masivos no es testimonial ni histórica ni condenatoria ­–pues ninguno de los asesinos ha sido juzgado y, más bien, gozan de influencia y reputación en altas esferas de la política indonesia actual. En vez de testificar su experiencia, los asesinos representan las masacres como actores de ficción, más precisamente como los protagonistas de las películas que han disfrutado desde su juventud: westerns, filmes de gangsters, alegres musicales.
            De tal manera, la forma de poner en escena sus asesinatos tiene mucho de celebratorio: llamativos sombreros, ambientes coloridos, efectos y utilería altamente kitsch, etc. Esa bulliciosa placidez satura cada escenario donde los asesinos reviven las masacres, pues, según vemos, aquella crueldad era posible por un intenso disfrute de su actuación como asesinos. La forma "estética" que los asesinos escogen para representar sus crímenes reales es deliberadamente irreal, irrealizante. Es allí, entre esa increíble farsa infantil y la conciencia de que aquellas caricaturas grotescas realmente sucedieron, donde el filme de Oppenheimer logra sus contrastes más perturbadores y su más luminoso sentido.

Representación y creencia
            En La rama dorada J. G. Frazer refiere un ritual de prosperidad que es particularmente memorable por su candor y su necedad. Frazer cuenta que el día de Nochebuena la mitad de una comunidad eslava toma sus hachas en contra de un árbol frutal estéril, mientras la otra mitad intercede por el árbol pidiendo que no le hagan daño. Por todas las veces que el hacha amaga con derribar el árbol, el golpe es evitado por la súplica de los intercesores. Después de tal dramatización, la comunidad está convencida de que el árbol, aterrorizado, dará fruto el año próximo.
            Las representaciones dramáticas funcionan como actos performativos de la verdad, crean la verdad. Y tal parece ser la meta de Anwar Congo y sus amigos en The Act of Killing: crear una verdad decididamente imposible. De tal manera, aunque la "verdad" siempre está ahí –detrás de la imagen grotesca que la desnuda mientras más se esfuerza por ocultarla– su representación es deliberadamente ficticia.
            Además de darnos un atisbo al carácter ritual de toda performance, The Act of Killing advierte también que la credibilidad de una "verdad" no está en la constatación de un hecho, sino en la inocente representación de una subjetividad.

Imagen y miedo
            Es sugerente que mientras en el Tercer Reich los soldados alemanes utilizaron la música para aumentar su obediencia, su impersonalidad y su goce, los asesinos de Indonesia hayan recurrido a las escenas de vaqueros, de mafiosos y de jovenzuelos rebeldes para enajenar la conciencia de sus masacres. Al parecer, un producto audiovisual tiene el mismo poder siniestro que tuvo la música en los campos de concentración.
            Al respecto, el escritor francés Pascal Quignard dice que la música en los campos de la muerte fue ordenada por un "placer estético y sádico experimentado gracias a la audición de las melodías favoritas y a la visión de un ballet humillante", por "una hipnosis del ritmo continuo que aniquila el pensamiento y adormece el dolor".
            El co-asesino Adi Zulkadry lo racionaliza así: "Matar es el peor crimen que puedes cometer. Así que la clave es encontrar la manera de no sentirte culpable. Todo se trata de encontrar la excusa precisa." A pesar de estas palabras, The Act of Killing no insinúa siquiera una excusa precisa. La excusa es reemplazada por la resolución de convertir los asesinatos en caricaturas irreales, porque la culpa insiste en redimirlos. Las infernales representaciones de Anwar y sus amigos sugieren que no había ninguna razón consciente en las ejecuciones, sino apenas un montón de cuerpos poseídos por el gozoso baile de una eufórica y oscura ficción.

La tercera como redención
            Al pensar en la película de Oppenheimer y su relación con la Historia no pude evitar recordar el añadido que Karl Marx hace a la idea hegeliana de que la historia se repite dos veces, "una vez como tragedia y la otra como farsa". Aplicando esta frase a The Act of Killing encontramos una tercera repetición de la historia: su representación.
            Las masacres consumadas por los gangsters indonesios fueron directamente una farsa. No hubo una creencia ideológica detrás de sus actos, mucho menos un saber trágico (conciencia de lo inevitable, determinación histórica). Su mejor argumento para asesinar es pueril: se sintieron amenazados porque los comunistas querían prohibir las películas de Hollywood que ellos disfrutaban y de las que ganaban como revendedores de boletos. Sus asesinatos están, desde un principio, teñidos por la farsa. De tal manera, la tercera vez, cuando ellos recrean esa historia, su sentido es más cercano a la redención que al teatro.
            Anwar Congo, a pesar de todo, siente culpa. No puede dormir debido al acecho de terribles pesadillas. En una de las escenas él dramatiza un enfrentamiento directo con uno de los fantasmas asediadores. En otra escena él mismo personifica a una de sus víctimas y, angustiado, dice haber experimentado lo mismo que ellas.
            Toda la culpa del protagonista busca resolverse al final de la película, cuando Anwar oficia un ritual en un río de Sumatra, aquél donde se desecharon algunos de los quinientos mil cuerpos victimados entre 1965 y 1966. Allí, Anwar espera y acepta los agradecimientos de sus víctimas, quienes le gratifican por haberlos liberado del dolor: asesinándolos. El asesino les da su bendición.
         Alguna vez Lezama Lima dijo que "el infierno existe, pero está vacío". Ningún documental ilustra mejor esta imagen que The Act of Killing.



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