La opacidad de lo extraordinario
La mitografía de
Calasso
Roberto
Calasso (Florencia, 1941) está convencido de que la mitología es una forma de
conocimiento irremplazable y proteica. La información cifrada en la trama
mitológica desbroza lagos de la memoria que se han mantenido inexplorados por
lamentables malentendidos y apresurados sobreentendidos. «La literatura es
mitografía», dice Calasso. Y el objetivo de la literatura es la reconstrucción
de una memoria hecha pedazos por un antiguo desastre, insinúa.
Por ejemplo,
en La ruina de Kasch (1983) Calasso
parte de la leyenda de un reino africano (que se extinguió tratando de
trascender un orden sacrificial) para explicar la política que emerge en el
mundo de Napoleón y Talleyrand. Por otro lado, en Las bodas de Cadmo y Harmonia (1988), se enlazan gran parte de los
mitos griegos a partir de una sola escena: la última vez que los dioses del
Olimpo y los hombres se sentaron juntos a la mesa. En el primer libro vemos
cómo una sociedad sacrificial precisa un pensamiento épico para sobrevivir. En
el segundo, atisbamos el banquete de despedida de la epopeya. Basten estos dos
ejemplos para sugerir los enlaces mitográficos
que operan en la escritura de Calasso.
La superficie
¿Por qué es
asombroso ver por primera vez algo que siempre ha estado ahí? En ese asombro
podrían resumirse conceptos como epifanía,
aura o acontecimiento. La
repentina revelación de la superficie es sobrecogedora belleza: la pátina de lo
maravilloso en lo ordinario.
En La carta robada de Poe, lo
extraordinario se oculta en lo ordinario. En La puerta y el pino de Stevenson, lo fantástico se hace
horrorosamente real. En El rosa Tiepolo (2006)
de Roberto Calasso, el misterio es tan recóndito como burdo; en su trama ambos
enfoques se entrelazan hasta preñar un mundo entero.
El rosa Tiepolo y la composición
Giambattista
Tiepolo (Venecia 1696-1770), a pesar de su fortuna en los palacios de la época,
no fue muy bien visto por la historia del arte. Los críticos veían en él a un arribista
dedicado exclusivamente a pintar frescos y lienzos para ganarse el favor de los
poderosos.
Tan
desaparecido andaba Tiepolo, que Calasso no pudo deslumbrarse sino hasta que se
topó con su nombre en el forro de la bata de Albertine, mientras leía la
colosal novela de Proust. «En toda la Recherche,
tan colmada de referencias a la pintura, no se habla nunca de una obra de
Tiepolo. Pero su nombre aparece en tres ocasiones, y cada vez con referencia a una
mujer distinta», nos cuenta Calasso.
El nombre de
Tiepolo aparece en En busca del tiempo
perdido para describir el color de las batas de Odette y Albertine (de un
rosa Tiepolo) y la capa de la duquesa de Guermantes. Este detalle minucioso –el de un pintor convertido
en un color– incita a ver nuevamente los cuadros de su postergada obra.
Un detalle inquietante
en la obra de Tiepolo es su limitada selección de tipos humanos (de modelos).
En los cuadros del veneciano se repiten los mismos personajes. El pintor actúa
como el dueño de un circo que siempre lleva consigo el mismo elenco. Para
renovar su espectáculo le basta cambiar la posición del equilibrista, dar otro
gesto al mago o conceder protagonismo a la hipnotizadora –según el pedido.
Es así que
la precavida y joven hija del faraón que encuentra un niño a orillas del Nilo
en El hallazgo de Moisés también es
la altanera Cleopatra, reina de Egipto, sosteniendo una perla sobre su copa en
el Banquete de Antonio y Cleopatra.
De princesa a reina de Egipto hay un solo paso, habrá dicho Tiepolo. No importa
si hay más de mil años entre una y otra escena. Tampoco interesa si la Historia
oficial concede la existencia a Cleopatra y no tanto a Moisés.
La obra de
Tiepolo está poblada de alusiones a una historia más vasta. Por eso no sorprende que en
otro cuadro, Sara (la esposa estéril de Abraham) sea la aterradora nodriza de
Dánae y, en El hallazgo de Moisés,
sea la elegante consejera de la princesa egipcia. Para Tiepolo, la memoria humana es sincrónica y atemporal.
«Tiepolo
recompuso el mundo en una secuencia de figuras, gestos y puntos de vista...
Combinando esas figuras, esos gestos, esos puntos de vista, sabía que podía
satisfacer cualquier nuevo encargo, sagrado o profano», dice Calasso.
Orientales y
serpientes
Si bien
Calasso se detiene un poco en el genial modo de operar de Tiepolo para
satisfacer sus pedidos a tiempo de componer un sistema narrativo e iconográfico
sin precedentes, el corazón del libro está en la lectura de los Caprichos y los Scherzi
del pintor veneciano. Estos últimos son dos series de grabados que Tiepolo hizo
sin que nadie se los pidiera, y no fueron hallados sino hasta después de la
muerte de su autor. Diríamos que se trata de su obra secreta.
Los grabados
están protagonizados por efebos, búhos, magos orientales y serpientes. Todos
estos personajes aparecen también en su obra palaciega y conocida, pero siempre
al margen de las escenas centrales, ya sea confundidos en abigarradas multitudes u ocultos en algún rincón.
A pesar de ello, tales personajes siempre están presentes en acontecimientos
clave: el romance de Venus y Tiempo,
el Encuentro de Antonio y Cleopatra, La fuga de Egipto o la coronación de El príncipe-obispo Von Greiffenklau.
«Se puede
recorrer el siglo XVIII en todas direcciones sin encontrar nada que se parezca
a los Caprichos ni a los Scherzi. Esta historia epifánica en
treinta y tres episodios es lo más esotérico que se conoce en la época que fue,
como ninguna otra, enemiga del secreto. Usando de modo confidencial el medio
que entonces servía ante todo para divulgar las imágenes, Tiepolo dio densidad
a todo lo que en su pintura está presente pero sólo como alusión y variación
marginal. En este caso, en cambio, (lo marginal) ocupaba el centro irradiante.
Eran los orientales, las serpientes, los efebos, las sátiras, los búhos»,
explica Calasso. (Más adelante añadirá que los grabados de Tiepolo podrían considerarse la primera novela negra de la historia.)
De este
nuevo elenco sobresalen los orientales y las serpientes, porque al dialogar con sus pinturas y frescos públicos se
cifra en ellos una imagen y un gesto que desmonta y remonta la memoria original de la civilización. Para confirmar la antigua resonancia de este dúo baste decir que las palabras "mago" y "paraíso" pasaron delIrán de Zoroastro a Grecia, y de Grecia a la
cultura occidental.
Los
orientales y las serpientes están en la mayor parte de las pinturas de Tiepolo,
sin parecer anacrónicos. Hay un oriental al lado del Cristo crucificado, otro
mediando la conversación entre Antonio y Cleopatra. Sin embargo sólo en los Scherzi y los Caprichos los orientales están en su mundo, apartados de la polis,
haciendo que una serpiente se enlace en un basto –como en el caduceo hermético.
En estos grabados asistimos a esa región de orientales y serpientes que,
pasando por meros ornamentos
en los cuadros palaciegos, se revelan aquí como extraordinarios fulgores de una
memoria más vasta a plena vista.
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