La letra de Ramún Katari
-->
El nervio de la
escritura
Si para un
escritor boliviano fue imprescindible el pulso que esgrime el cálamo el momento
de escribir, ése fue Pablo Iturri Jurado (1890-1970), el maestro rural y poeta
paceño que hace más de un año se presentó en una puerta de Miraflores con el
nombre de Ramún Katari.
Gracias a un
entrañable encuentro con Myriam Stroobandt —escritora, crítica de arte, guía y magnífica
conversadora—, quien conoció de cerca a Pablo Iturri Jurado cuando se vino a
Bolivia casada con su hijo Manuel Iturri Guzmán —uno de los más fascinantes
escultores de nuestro país, hipnótico en su técnica del mosaico—, es que ahora
empezamos a avizorar el perfil de Ramún Katari. Es decir, que aquella puerta que
invitaba en primera instancia a la fabulación comienza ahora a encarnar su aventura
en los motivos de un viaje y en el regreso repentino de un amigo.
En primer
lugar, ahora sabemos que al nervio fino de Ramún Katari no le molestaba ni el
picante ni el café. Pablo Iturri Jurado se había hecho un cálamo que funcionaba
con borra de café, y gran parte de su obra fue escrita con ese líquido pesado
que uno supone indócil. La parte de su obra escrita con borra de café es la más
importante: sus manuscritos acabados como obras de arte, sin errores ni
tachaduras ni manchas, en un presente sin
fisuras en el que se desplegaba la caligrafía que Pablo trabajó toda su
vida. Ni para qué decir que el café era el más desafiante maestro y camarada
del pulso de Ramún Katari.
La otra
parte de su obra escrita —libros a medio terminar o poemas sueltos— tienen los
trazos de un lápiz suavísimo, en cuadernos-libros fabricados artesanalmente con
cuidadoso tacto. Es muy posible ver en ellos el soporte inmediatamente previo a
la obra acabada; porque sus verdaderos borradores fueron escritos con canuto de
tinta negra en papel cuadriculado de cuaderno escolar, con apuntes, versos
tarjados, dibujos súbitos y cambios en la numeración azul de los poemas.
Las obras acabadas,
los impecables y a veces gigantescos manuscritos "en limpio" de Ramún
Katari, están todos escritos con borra de café, y uno siente que ya en el color
de sus letras se ha apostado un estilo. Tales obras suelen tener ilustraciones inquietantes
y pulcrísimas, pintadas con colores pálidos muy personales (que por momentos
recuerdan a William Blake, otro poeta ilustrador), o dibujos y grabados que
pueden ir de impresiones fotográficas a composiciones de aire heráldico.
Por cierto,
aquello de que Pablo Iturri Jurado "esgrimía el cálamo" no sólo es un
retintín que me he permitido deslizar como vago eco del siglo XVI, sino que el segundo
libro de este poeta, Sombras de alas (1925),
comienza con un poema llamado Pablo
Iturri Jurado, donde se presenta como ilustrador de pergaminos y misales,
grabador de madera, compositor de madrigales y cortesano de recia mano para el
hierro toledano.
La ondulación de la
lengua
El oído
musical de don Pablo le permitía no solamente tocar la mandolina y la guitarra
en un trío junto a Max Portugal y Fernández Naranjo —a pesar de haber perdido
tres dedos de la mano izquierda a sus cinco años—, sino que le obligaba a
puntear el ritmo de una música silenciosa en sus cuadernos antes de escribir
una sola letra de sus poemas. Es así que algunos de los cuadernos borradores de
Pablo tienen poemas enteramente silenciosos, matemáticos punteos de una
abstracta melodía. Estos silencios a veces resultaban tan significativos que el
poeta los dejaba como medida del silencio en sus versiones finales. Por
ejemplo, la sexta estrofa de su Canto al
Illampu y al hombre, dice: Vida: . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . / Lámpara interminable
del Sentido. O el poema 25 de La
escuela de la naturaleza: Consultaremos
/ para el óleo al "Mallcu". / . . . . . . . . . . . . . . . .
Su comedia
teatral Joancho (1941)—cuya escritura
difiere mucho de la forma severa que toma su poesía y se acerca a un registro
coloquial— también tiene un trato consciente con la música. Esta obra de
teatro, ambientada en una escuela rural de Campo Grande (un pueblo al sur de
Potosí, en la frontera con Argentina) tiene como personajes a sus estudiantes.
En la portadilla, Ramún Katari ilustra un pentagrama musical con dos notas Mi
(alta y baja) en clave de Sol; mientras que la imagen de portada es la firma del
campesino ignorante Joancho, con sus
vocales en explosión.
Ramón Latino
El primer
pseudónimo de Pablo Iturri Jurado fue Ramón Latino. En la breve biografía
escrita por su hijo Mario Iturri Guzmán leemos que a causa de este nombre
"sufrió críticas de los intelectuales de su época que decían que era
Europeo [sic], y como quiera que en la misma época entró el auge del indigenismo
decidió cambiar por Ramón Katari y por propio deseo lo modificó como Ramún
Katari el que lo mantuvo hasta el fin de sus días".
Por
supuesto, un lector acucioso se dará cuenta que el nombre de Ramón Latino poco
tenía que ver con una impostura europeizante y sí más bien con el alfabeto latino
que el autor usaba para escribir. Este alfabeto (el más usado en el mundo hoy
en día) no era el único que Pablo conocía. Estudioso del aymará antiguo, de
jeroglíficos que incluía en sus ilustraciones y libros, conocedor ávido del poeta
y traductor Hrand Nazariantz del distrito de Üsküdar y amigo íntimo del
escritor libanés Gibran Kahlil Gibran (جبران
خليل جبران بن
ميخائل بن سعد),
Pablo Iturri Jurado tenía razones para especificar en su primer pseudónimo el sistema
latino de su escritura. De hecho, cuando se decide por Ramún Katari, su letra
también se transforma. Uno de los puntos culminantes de su trabajo con la
grafía de la letra es Hathawi (1931),
en donde Ramún Katari se acerca a la creación de una grafía propia.
Por otro
lado, tanto Katari como Latino, tienen el mismo número de letras y sílabas; de
modo que su ondulación rítmica no implicó una alteración de fondo.
Epílogo
De arte sencillo y de severa forma, Ramún Katari es
el enganche múltiple y aguardado de nuestra literatura con otros sistemas de
signos. En primer lugar, con el universo maravillante inaugurado en nuestro
país por Emeterio Villamil de Rada con La
lengua de Adán. En segundo lugar, con la ondulación de la música, el rigor
de la arquitectura y las bellas artes del tacto y la técnica: la pintura, el
grabado y —gracias a su hijo Manuel— la escultura. Y finalmente, con la ciencia
de la inteligencia informática despuntada por el Atamiri de Iván Guzmán de Rojas.
Para
terminar, cabe recordar que Pablo Iturri Jurado murió al pie del cañón, después
de haber intercambiado su comida de hospital por un picante (¿de lengua?) con
un convaleciente de la cama vecina.
Comentarios
Publicar un comentario