Cinco libros predilectos leídos en 2020

 5. La folie Baudelaire

Roberto Calasso (426 pp.)


El italiano Calasso parte de un sueño que Baudelaire cuenta en una carta de 1856 a su amigo Asselineau sobre un museo-prostíbulo en el que resalta una especie de Fanes monstruoso para pasearse por la imaginería francesa que va del siglo XIX al XX. Es así que vamos de Rimbaud a Valéry (pasando por Proust y Sainte-Beuve) y de Delacroix a Manet (mencionando a los múltiples pintores franceses de comienzos del siglo XX), quienes se nos revelan de pronto con otra luz. Aquí un fragmento sobre Degas, por ejemplo:


«Cerca del fin del siglo, Degas observaba con creciente intolerancia la progresiva estetización de todo. Sentía que el mundo estaba por caer en manos de una tropa de decoradores de interiores. Idéntico en esto a Karl Krauss que, pocos años más tarde, habría de constatar que el mundo se dividía ya entre “quienes usan la urna como orinal y quienes usan el orinal como urna”. El aspecto que lo angustiaba era este: cuanto más ganaba en estética, más perdía en intensidad. Frente a los ojos de Degas se abría el siglo siguiente, en el que todo, incluso las masacres, serían sometidas al arbitrio de un art director, mientras el arte –y en particular el antiguo arte de la pintura, el que lo atormentaba– se volvería cada vez más inconsistente o acabaría por disolverse». [251-2]


4. Austerlitz

W. G. Sebald (Anagrama: 296 pp.)




La primera vez que vi este libro, fue en la mesa de Jesús Urzagasti. Me llamó la atención la cantidad de imágenes que tenía. Conversando al respecto con Jesús, él comentó que las imágenes en Sebald eran totalmente necesarias. Desde entonces, pasaron varios años para que por fin pudiera leer Austerlitz, un libro reservado hace tiempo. La fuerza narrativa del alemán Sebald es arrolladora; es capaz de pasarse de un narrador a otro y a otro y luego entrar en los pensamientos de uno de los tres narradores, aunque el narrador, en realidad solo sea uno. Todo gira en torno a un personaje casi fantasmal: Austerlitz, un desterrado por la guerra, un hombre enigmático y sin hogar que paradójicamente tiene una afición finísima por la arquitectura y los paisajes citadinos, cuya lectura parece ser el único anclaje de su vida. Un libro para releer.


«¿Puedes decirme, dijo ella, dijo Austerlitz, cuál es la razón de que seas tan inaccesible? ¿Por qué, dijo, desde que estamos aquí, eres como un estanque helado? ¿Por qué veo que tus labios se abren, como si quiseras decir, quizá incluso gritar algo, y luego no oigo nada? ¿Por qué, al llegar, no sacaste tus cosas y has vivido, por decirlo así, de la mochila? Los dos estábamos separados unos pasos, como dos actores en el teatro. El color de los ojos de Marie cambiaba con la luz decreciente. Y yo traté otra vez de explicarle y explicarme los inconcebibles sentimientos que me habían acosado en los últimos días; de decirle que, como loco, pensaba continuamente que por todas partes me rodeaban signos y secretos; que incluso me parecía como si las mudas fachadas de las casas supieran alguna cosa mala de mí, y que siempre había creído que tenía que estar solo». [217]


3. Gran Sertón: Veredas

Joao Guimaraes Rosa (Adriana Hidalgo: 555 pp.)




Este es uno de los libros del cual más recomendaciones he recibido y está claro por qué. Otro libro para releer infinitamente, con zurdazos y pasadizos a cada frase. El lenguaje de Guimares Rosa entra en uno de los registros más complejos y poéticos de la literatura latinoamericana, lo cual seguramente se pierde en la traducción, por más de que G. R. haya dicho alguna vez que la versión castellana de su novela le gustaba más que la original en portugués. Vaya uno a saber... En todo caso, la novela se juega en un monólogo inquietante y fabuloso de Riboaldo, una especie de bandido del sertón que nos adentra en un mundo con sus propias leyes y signos, en donde el diablo brilla por su ausencia. Del final, silencio.


«Le explico: el diablo rige dentro del hombre, en las asperezas del hombre –o es el hombre arruinado, o el hombre de los reveses. Suelto, por sí, ciudadano, no hay diablo alguno. ¡Ni unito, es lo que le digo! ¿Concuerda? Sea franco conmigo: es alta merced que me hace; pedir eso puedo, encarecidamente. Este caso –por extraño que me considere– es muy importante para mí. Ojalá no lo fuero… Pero, ¿no diga que usted, sesudo e instruido como es, cree en la persona de él? ¿No? Le agradezco. Su alta opinión compone mi valor. Ya sabía, la estaba esperando; de pronto, el campo. Ah, la gente, en la vejez, precisa tener un airecito de descanso. Le agradezco. No hay diablo ninguno. Ni espíritu. Nunca vi. Si alguien tenía que verlo, ese soy yo, su servidor. Si le contara…». [26]


2. Libro de los pasajes

Walter Benjamin (Akal: 1102 pp.)




Qué decir de este libro, que es la obra de vida de Walter Benjamin… En principio, se perfilaba como un libro hecho de citas y terminó siendo tal, en cuanto Benjamin nunca lo terminó y murió acarreándolo de aquí para allá. Este libro tiene miles de apuntes y fragmentos que parten de una visión clave para Walter Benjamin: la arquitectura de los pasajes parisinos como revelación del tiempo de su concepción y proyección del siglo que viene. Fragmento que uno halla, fragmento que se abre hacia múltiples caminos.


Fragmento S9, 3: «Se puede suponer que la línea típica del Jugendstil no es raro que aparezcan conjuntamente –unidos en un montaje de fantasía– los nervios y el cable eléctrico (y en particular el sistema nervioso vegetativo como forma límite que media entre el mundo del organismo y el mundo técnico). “El culto a los nervios del fin de siglo… conservó esta imagen telegráfica, y de Strindberg dice su segunda mujer, Frida… que sus nervios eran tan sensibles a la electricidad de la atmósfera, que una tormenta se transmitía por ellos como a través de cables.” Dolf Sternberger, Panorama, Hamburgo, 1938, p. 33». [572]


1. Umbral

Juan Emar (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile, 5 tt.: 4134 pp.)




Umbral de Juan Emar es el libro más inquietante, lúdico y lúcido que leí este año. Se trata de cinco tomos en los que el escritor chileno monta la obra entera de su vida, ya fuesen textos de antaño, libros o relatos ya publicados antes (como Un año o El unicornio). Juan Emar pensó este libro como póstumo; por tanto, se da la libertad total de ir de aquí para allá y no retroceder ni para tomar impulso. Un libro inclasificable que, sin embargo, se juega en esa especie de limbo latinoamericano en el que también se hallaría El Loco de Arturo Borda, El pez de oro de Gamaliel Churata y posiblemente la obra de Macedonio Fernández. Aquí importa la escritura y no la mera literatura. A treinta páginas por día, el libro se lee alegremente en cinco meses. Una obra capital.


«Marchaba contento, ya sin soledad junto a mí pues tenía ahora un objetivo: ¡seguir a ese hombre Martín Quilpué! / Una serie de abejorros revoloteaban alrededor de él. Parecían atraídos por ese silbido. Pero él continuaba impertérrito avanzando por la calle de la Inmaculada Concepción. Así llegamos a la calle del Pentateuco y así nos encontramos frente a la gran puerta del Cementerio Apostólico. / El hombre Martín Quilpué se detuvo un pequeñísimo instante y tomó luego hacia su izquierda, es decir, hacia la calle Santa Biblia. Los abejorros emprendieron el vuelo en sentido contrario y de este modo se separaron. No supe a quién seguir, si al hombre o a los insectillos. Mas en esta vacilación había yo perdido mi tiempo pues estaba otra vez solo y frente a mí veía una fila de tumbas y más tumbas. / Allí me había llevado el hombre Martín Quilpué, al Cementerio Apostólico. Sin más penetré en él y llevado por una fuerza fuera de mi voluntad me dirigí al que iba a ser mi nicho, al núm. 70072, hoy cobijando a dos pequeñas cologüiñas. Recordé, por cierto, al que había sido el formidable Baldomero Lonquimay y, en su nombre y en su memoria, arrojé un puñado de maní a esas cologüiñas». [3695]

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