Focos rojos

Los vi, después de haber perdido la conciencia, metido en un antro lleno de sombras revoltosas.
Fue el origen de la vigilancia nocturna.
Todo lo que pensaba de ellos era obra de los rayos en sus espaldas, a un lado o al otro. Los transmitían con sus pasos y bailes.
No se me ocurrió pensar en las columnas negras, en el vacío detrás del cuerpo,
en cómo la ciudad hecha sombra asoma por mis ojos cada vez que estoy en mi sitio.
Era otra cosa: antiguos rayos infrarrojos, el lenguaje silencioso del cuerpo ajeno abriéndose.


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