La obra de la mirada. En torno a La tridestilación de la ventana, de Jaime Taborga

Cada vez que disfruto de un poema, de una voz o de una constelación de imágenes surgida de un libro de poesía, tengo la sensación de que aquello que he leído se ha vuelto demasiado íntimo, demasiado privado, incluso alejado de la concepción que por primera vez le dio su autor. Es por eso que, cuando me planteo escribir sobre un poema en particular, tengo la sospecha de estar olvidando muchas cosas al mismo tiempo que recuerdo sólo una.
 Si decido escribir sobre un texto es porque quiero prolongar el placer de su lectura, ampliar su círculo de relaciones. Por otra parte, la sensación de intimidad y lejanía que producen ciertas lecturas es obra de una silenciosa inquietud, una desazón ante una certeza que nunca termina de definirse: la consciencia de que la comunicación es un milagro. ¿Qué puede uno decir del milagro? El milagro es esencialmente indecible, no puede explicarse; sólo se contempla, se mira y mira en silencio. No por nada la palabra milagro tiene su raíz latina en miraculum, mirar. Uno siempre queda mudo frente al milagro, pero sí puede decirse algo sobre ese acto de mirar.
******
“La tridestilación de la ventana” (Ed. del Grifo, 2012), el reciente libro de Jaime Taborga (1955), trata sobre un acto de mirar muy particular, el acto de destilar cierta luz a través de los ojos hasta que tal luz se haga sombra, materia. En otras palabras, describe una mirada que persiste para pescar el tiempo exacto en el que la imagen (la imaginación) se plasma en lo real (lo físico), el preciso instante en el que lo que vemos es lo mismo que imaginamos. En este sentido es natural recordar a Fernando Pessoa diciendo que el pensamiento es una enfermedad de los ojos.
 La sanación de tal enfermedad sería una prioridad dentro del campo de la Ciencia de la Ventana, en la que tiene lugar el proceso de tridestilación. La ventana, siendo aquello que nos une al mismo tiempo que nos separa de lo que vemos, necesita un procedimiento para adquirir realidad sensible, para ser dotada no sólo de transparencia sino también de vitalidad orgánica. Es así que en la experiencia de la tridestilación aquél que mira tiene la sensación de estar penetrando en el interior de otro organismo (el de la ventana), que, como una laminilla dotada de múltiples pliegues y percepciones, nos permite palpar la imagen que, por medio de ella, se va haciendo real.

            para más, la ventana, así como exige un plano exterior, tiene de suyo un volumen dentro / por eso, el solo mirarla equivale a tocarla, o meterle mano, pues también se cree que la ventana tiene bolsillos y ropa interior (§1, p. 15)

 El libro está escrito por secciones, a la manera de un tratado científico. Este tratado sobre la Ciencia de la Ventana va desde una Introducción a la experiencia de la tridestilación hasta el acongojado Abandono de esta práctica. La ventana –al acercar y alejar lo que vemos y sentimos a través de ella– posee dos potencias muy caras para el estudio científico: al mismo tiempo que produce una interrupción en el saber (perturbación, síntoma), opera una interrupción en el caos (conocimiento). Es decir que, para sostener una observación de esta magnífica laminilla que es la ventana, es preciso un equilibrio de máxima sutileza, porque mientras el primer paso es un conocimiento, el siguiente será una perturbación, y así sucesivamente durante el infinito camino que dura la construcción de una ciencia. Más aún cuando esta ciencia es tan frágil como la de la Ventana, que no permite interrupciones tan largas como las de un pestañeo, pues en un segundo todo puede devenir caos o razón (ambos igualmente peligrosos).

            Tridestilar significa mirar y mirar; mirar y tridestilar es casi lo mismo / un mirar sin dejar nunca de mirar / si accidentalmente uno pestañea, pongamos, debe empezar con el proceso de observación continua otra vez de nuevo, desde el principio / es recomendable aprender Braille, para poder leer todo cuanto se escribe sobre ventanas, sin quitarle el ojo a tu ventana (§ 1, pp. 17-18)

 Sin embargo, el camino de conocimiento que propone la Ciencia de la Ventana se encuentra con un escándalo mayor, una perturbación Obvia que –justamente por su obviedad– nunca vio el ojo: la Casa.
 Tal aparición, en el libro, supone un abandono de la ciencia. Luego de saber que el cojo que uno confunde con su pariente es en realidad uno mismo (con la leve perturbación de ser cojo); después de conocer que el otro nombre de los visillos de la ventana es niebla; y poco antes de reconocer que no vale la pena confundir la sombra con la mala luz –porque la primera es dura y la otra ilusoria–, aparece la casa, quieta, inconmovible, sobre duro cimiento.

            cuando aparece así la casa, y le reconoces la cara, la fachada impertérrita / te derrumbas por dentro / toda tu imaginación se hace añicos, estrellada contra los muros de la casa (§9, p. 53)

Y es ahí, en el choque entre la imaginación y lo real, donde uno recuerda a Lucrecio diciendo que el vacío es más concreto que la realidad. A lo que habría que añadir que una realidad visible siempre ha de ser inflamable.
******

Hace tiempo que un libro de poesía no me enganchaba con la contundencia de “La tridestilación de la ventana”. Después de leerlo quise escribir algo sobre el acto de mirar como hecho creativo, pero también sobre la expresión popular k´asa ventana, e incluso sobre una exposición de fotografía. Todos estos temas me tentaban y adquirían una dimensión muy particular, un tono que los emparentaba con cierta concepción del milagro, la mirada y, por supuesto, la lectura de “La tridestilación de la ventana”. Sin embargo, algo continuaba diciéndome que el tema ya era muy íntimo, que ya no podía hablar de eso como una mera crítica al libro de Taborga. Un pequeño paseo por la red me hizo topar con una entrevista a Jaime Taborga que me confirmó la sospecha. En esta entrevista Taborga se refiere a “La tridestilación de la ventana” de la siguiente manera: “Una cosa medio seria y medio chistosa sobre las relaciones humanas, la comunicación y la hipocresía.” Obviamente me dejó mudo. No recordaba haber leído sobre estos temas en el libro, con excepción de un verso que hacía referencia a la falta de ventanas en la Torre de Babel. En todo caso, el libro ya parecía dos libros distintos. ¿Y qué decir de las ventanas de Babel? ¿Afirmar que separan los lenguajes a tiempo de unirlos? Sólo imagino una casa enorme llena de voces destiladas en silencio.

Comentarios

Entradas populares de este blog

David Markson, la novela y la escritura fragmentaria

Butes y las sirenas (entorno a un libro de Pascal Quignard)