ESCRITURA Y RELIGIÓN. En torno a las "Memorias de un enfermo de nervios" Parte I
“Aparte del lenguaje humano usual existe un modo de lenguaje de los nervios, del cual un
hombre sano por lo general no tiene conciencia.”
Daniel Paul SCHREBER, Memorias de un enfermo de nervios
Encuentros
Como
todo libro legendario, Memorias de un
enfermo de nervios viene cargado con un tufo a misterio, como una broma
progresivamente aterradora y oracular. Una vez que lo leemos resplandece una
legítima inocencia que torna el texto en un absurdo –a la par que brutalmente
cercano– testimonio de vida.
El
psicoanálisis es el que más luz y más sombra ha proyectado sobre esta leyenda.
Para comenzar, es por obra de los padres del psicoanálisis que las Memorias siguen circulando; más
precisamente, por un encuentro prodigioso entre Carl Jung y la primera edición
del libro, supuestamente desaparecida antes de 1906. Esto se debe a que poco después de la publicación de las Memorias, la mayor parte de las copias fueron compradas por la familia de Schreber para luego ser incineradas, pues ellos consideraban el libro un documento vergonzoso y grotesco. Jung, que tuvo acceso a una copia, leyó el libro y lo comentó en una prolongada correspondencia con Sigmund Freud, quien, a partir de las Memorias, construyó toda su teoría de la paranoia.
Por otra parte, la lectura más importante fuera del psicoanálisis, fue la de Elias Canetti. En agosto de 1939, en el taller de la escultora Anna Mahler (hija de Gustav), Canetti encontró el libro. El libro estaba ahí por casualidad, olvidado por un médico que había vivido antes en ese taller y luego había emigrado a Estados Unidos. Canetti lo leyó recién en 1949 y le dedicó dos capítulos fantásticos en "Masa y poder", donde Schreber es la víctima iluminada que se siente la única viva en un mundo de cadáveres y "hombres hechos a la ligera".
Las memorias de
Paul
Memorias de un enfermo de nervios es un
libro que fluctúa entre la crónica, la confesión y el diario personal. Fue
publicado en 1903, ocho años antes de que su autor, Daniel Paul Schreber, muriera.
Es el texto más intenso, detallado, coherente y extrañamente lúcido que se haya
escrito desde el seno mismo de la locura.
Su
autor, Paul (como lo llamaban en casa), fue alguna vez el presidente de la
Corte de Apelaciones de Dresde, un hombre casado, titulado en leyes, y
meticulosamente racional. Su historia de trastornos mentales precede a su
nombramiento como juez de alta autoridad; sin embargo, su reclusión en el
pequeño hospital mental de Sonnestein (donde escribió sus memorias) se da poco
después de la prestigiosa culminación de su carrera profesional.
La escritura de
Schreber
La
escritura de Schreber configura una cosmología, un universo cuya estructura
crea sus propios conceptos, leyes, nombres y relaciones entre seres, cosas,
voces, fenómenos. Como un texto poético de ficción, las Memorias construyen una visión de mundo cuyas referencias lógicas
(que hacen posible su lectura) sólo pueden encontrarse en el texto mismo y
jamás fuera de él.
La
situación dramática que leemos (a la que difícilmente podemos llamar “historia”
y que Freud llama dementia paranoides)
se resume así: Paul está convencido de ser una criatura excepcional llamada a
redimir la humanidad. Él tiene un sistema nervioso capaz de atraer a Dios, de
quien recibe revelaciones incomprensibles para cualquier otro hombre. Para
completar su misión redentora él debe transformarse en mujer, por obra de
milagros. Esta transformación ya ha comenzado; sus nervios son cada vez más
sensibles, voluptuosos y, por tanto, femeninos. Cuando la transformación
culmine Dios lo fecundará inmediatamente y dará luz a un nuevo género humano.
En
tan complejo nudo dramático, los personajes surgen precisamente definidos,
tanto en su particularidad como en su relación con la “totalidad”. Muchos de ellos
son plurales, legiones que atacan de diferente flancos. Tal es el caso de los
Rayos, que adquieren alto protagonismo en cuanto obligan a Paul a moverse; son
enviados divinos que se internan en los nervios de Paul para obligarlo a actuar,
a ulular, a golpear el piano o a levantarse bruscamente de la cama.
De
similar calibre son las Voces, que proveen un glosario explicativo que Paul
repite tal cual para conceptualizar sus experiencias, como si se tratara de un
conjunto de sentencias inexorables. Algunos de estos conceptos son: lenguaje de los nervios, corona de Rayos, el
abominable jugueteo con seres humanos, ley de renovación de los Rayos, política
de semihurgoneo, milagro de la simulación de sentimientos, pensamientos de no
pensar nada, entre cientos más.
Otros
personajes definidos por su pluralidad son los “hombres hechos a la ligera”
(que son los que vemos sólo una vez en la vida y luego desaparecen), las “almas
probadas” (que en algún momento intermediaban y luego “estorbaban” la relación
directa entre Dios y los nervios de Paul) y los “pájaros parlantes” (un tipo
especial de pájaros con los que Paul sostenía conversaciones, y en cuyos
cuerpos encarnaron algunos muertos que ahora revolotean libres como almas
individuales, aunque partícipes de la inteligencia divina).
Por
otro lado está Flechsig, su doctor, quien juega un papel de antagonista y es
incluido en la cosmología de diversas maneras, ya sea como “alma probada”
(“Flechsig superior” y “Flechsig intermedio”) o como un “pequeño Flechsig”, un
cuerpo diminuto que tortura a Paul, trepando, por ejemplo, hasta su cabeza para
jalarle los párpados e impedirle dormir.
Escritura y
consciencia del delirio
Todos
los personajes, finalmente, configuran una visión de mundo que, aunque tienen
su referencia única en el texto de Schreber, funcionan arquetípicamente en la
comprensión de la realidad de cualquiera de sus lectores. No por nada las Memorias es el libro más comentado y
estudiado de lo que podríamos llamar “la Historia de la locura”.
Uno
de los puntos más fuertes de esta escritura es la consciencia que Schreber
llega a tener –por el continuo examen reflexivo de sus experiencias– sobre la
naturaleza de Dios y su relación con el género humano. Al final de sus Memorias Paul alcanza una especie de
decepción de Dios y una extraña preocupación sobre su futuro. Así lo escribe en
el invierno de 1900:
“He
llegado al final de mi trabajo. He llegado a comprender que dentro del Orden
del Mundo, ni siquiera Dios Altísimo tiene el poder de destruir por completo la
mente de un hombre (…) Dios ha llegado a parecerme ridículo e incluso engreído
como un niño (…) Ahora tengo una sola preocupación: ¿Qué llegará a ser Dios
cuando yo muera?”
La
respuesta a esta pregunta la dará, por entero, el siglo XX. Por el momento, el
viaje infernal que Schreber emprende con su escritura es el viaje del hombre
enteramente social hacia una religión íntima que encarna por obra de un
lenguaje privado.
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