Fantasmas e histeria
Esta capacidad neutralizadora
nos salva de protagonizar escenas desenfrenadas o antisociales, pero, sobre
todo, nos previene de un extravío mayor: la locura. Por otra parte, es
ineludible fortalecer esta capacidad si es que trabajamos en un escenario,
cualquiera que sea, desde el tradicional teatro hasta el set, el estrado, la tarima, la cancha y ¿la caja de un banco? Sí,
hasta un cajero de banco debe histrionizar
su cuerpo, no sólo para ser confiable, sino para no morir de aburrimiento. Es crucial
dudar de algunos gestos “espontáneos” para poder asumir papeles; de lo
contrario caeríamos en el delirio de alguna pose o actitud que, finalmente, nos
hará ver –mínimamente– como idiotas. No por nada Nietzsche decía que las
personas alcanzan la madurez cuando pueden jugar como niños en el mundo de los
adultos; es decir jugar a ser y no creer ser.
Tal vez, alcanzar un alto
grado de lucidez no sea otra cosa que saber que ningún gesto nos pertenece, que
nuestra vida es la representación dramática de un puñado de fantasmas muecones, algunos queridos, otros no
tanto, pero todos presentes en nuestras pulsaciones. Y si logramos una
pulsación pacífica es por haber trabado amistad con los fantasmas, a tiempo de haber
puesto a algunos revoltosos en su lugar.
Cada día se crean nuevas
monerías, pero no son creadas como gestos per
se sino sólo como reminiscencias de hechos alguna vez tangibles. El acto de
acercar la mano a la oreja para decir “hablamos más tarde” nació después de la
invención del teléfono, pero sólo es gesto en cuanto no hay teléfono sino
fantasma de teléfono. Y ni qué decir de todos los gags tomados del cine y la televisión que irrumpen en nuestro mundo
cotidiano de manera natural, actitudes apropiadas de una pantalla por tener el
poder de enfatizar una emoción o acción, o bien, el poder de desenmascarar otros
gestos: las mímicas forzadas de un personaje irresoluto.
Estas indagaciones en torno a
los gestos y, sobre todo, a las muecas que pueblan y obran en el cuerpo, hacen
soñar con una colección de libros y tratados que podría titularse “La Historia
del gesto”, una summae de un
recorrido histórico tan íntimo y sistemonerviósico
que desataría un escalofrío tras otro. Uno de los libros que, en tal colección,
ocuparía un sitial de honor, por su primicia y énfasis, sería La invención de la histeria. Charcot y la
iconografía fotográfica de la Salpêtrière (Ed. Cátedra, 2007), el primer
libro del escritor francés Georges Didi-Huberman. En esta obra visualizamos los
mecanismos de una clínica donde el estudio del gesto llegó a un nivel
aterrador: la invención de la histeria.
Didi-Huberman, a partir de las
imágenes de la Iconografía fotográfica de
la Salpêtrière, postula la complicidad que había entre las pacientes (todas
ellas mujeres) y los médicos de la Salpêtrière (empezando por “el fundador de
la neurología moderna”, el profesor Jean-Martin Charcot), una complicidad entre
quienes querían encarnar su fantasma para hacerlo escandalosamente visible y
quienes querían ver ese fantasma con la mayor claridad posible para darle un
nombre. Más tarde, Freud (quien asistía a los espectáculos de los martes, que
las histéricas ofrecían en la Salpêtrière) transformará este gusto por ver los síntomas representados por el
cuerpo en un gusto por oírlos, por
atraparlos en el inconsciente aún incorpóreo (en donde el gesto se despliega
como discurso).
Didi-Huberman presenta el
argumento de su libro así: “…poses, ataques, gritos, “actitudes pasionales”,
“crucifixiones”, “éxtasis”, todas las posturas del delirio. Parece como si todo
estuviese encerrado en esas fotos porque la fotografía era capaz de cristalizar
idealmente los vínculos entre el fantasma de la histeria y el fantasma del
saber. Se instaura así un encanto
recíproco: médicos insaciables de imágenes de “la Histeria” e histéricas que
consienten e incluso exageran la teatralidad de sus cuerpos. De este modo, la
clínica de la histeria se convirtió en espectáculo, en invención de la histeria. Se identificó incluso, soterradamente,
con una especie de manifestación artística. Un arte muy próximo al teatro y a
la pintura.”
Nada tan atractivo como los
vínculos entre el fantasma histriónico y el fantasma del saber en el terreno
del arte. A través de la histeria que aquí se nos presenta adivinamos un
finísimo diamante subterráneo que señala la frontera entre los rituales donde
el espíritu monta el cuerpo y las manías gesticulantes de cada día.
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